Maya News Updates 2007, No. 59: Chiapas, Mexico - The Hach Winik, Lacandon Maya, A Prensa Libre Revista D Report
Today, Sunday August 5, 2007, the online edition of the Guatemalan daily newspaper Prensa Libre included in its Sunday Supplement Revista D a report on the hach winik or Lacandon Maya of the selva in Chiapas, Mexico. Until the 1940's the hach winik also lived in several communities in Guatemala (edited by MNU):
Los hach winik: Los lacandones siguen viviendo en la selva de Chiapas y dejaron profundas huellas en el suelo guatemalteco - María Castellano Juárez tiene 79 años, pero su vivacidad física e intelectual le hacen parecer una quinceañera. Su casa, en caserío El Ceibo, corona un promontorio que domina el majestuoso río San Pedro Mártir, a escasos kilómetros de la frontera entre Petén y el estado mexicano de Tabasco. Doña Mariíta, como le dicen afectuosamente los habitantes de la cercana aldea El Naranjo, es una apasionada testigo de la historia de estas comarcas del noroccidente de Petén. Entre la gente que sigue poblando sus recuerdos destaca un grupo de enigmáticos indígenas que, por siglos, permanecieron en la selva del norteño departamento.
“La última vez que los vi fue en el 1943”, cuenta doña Mariíta. “Vivían entonces en la comunidad de Tezcoco, por El Repasto, cerca de la laguna Grande y unas ruinas. Vestían túnicas blancas y, tanto las mujeres como los hombres, tenían el pelo largo. Practicaban la pesca y la agricultura, y comerciaban con los ladinos, pero no hablaban nada de español. Eran católicos y colocaban sus imágenes santas en conchas de tortuga”. Agrega la extrovertida informante que los integrantes de la comunidad solían casarse con gente de su cultura, aunque recuerda un caso de casamiento con un ladino mexicano. Los nativos de Tezcoco eran “buenos, pero miedosos ante la visita de extraños.”
Las personas que conoció doña María hace más de 60 años eran lacandones, designados también como caribes, aunque ellos se llaman los hach winik (hombres verdaderos). Hoy, numerosos visitantes compran artesanías a estos nativos a la entrada del sitio arqueológico de Palenque (Chiapas, México). Se estima que alrededor de 500 viven todavía en las boscosas montañas de Chiapas, y casi siempre se les relaciona exclusivamente con este estado del vecino país. En realidad, la historia del pueblo lacandón se vincula tanto con México como con Guatemala. Para empezar, hasta el Tratado con México de 1882, Chiapas, formaba parte del territorio guatemalteco. Pero la toponimia revela que el hábitat de los referidos indígenas abarcaba igualmente regiones de la Guatemala de hoy, y en particular, de Petén. En el mapa aparecen, por ejemplo, la Sierra del Lacandón, la laguneta Lacandón, y la aldea Lacandón (municipio de La Libertad). El vocablo lacandón viene de Lakam Tum (“piedra grande”), antiguo pueblo situado en una isla del lago Miramar en Chiapas, pero a la vez, la palabra podría relacionarse con los monumentos de la antigüedad.
Desde el siglo XIX, el pueblo lacandón, de habla maya yucateco, no deja de fascinar a los exploradores y científicos; sólo se pueden contar aquí algunas etapas de las investigaciones, en particular, en Guatemala. En 1882, cuando viajaba por la región del río La Pasión, Edwin Rockstroh visitó algunos asentamientos dispersos. En esa época, los hach winik comerciaban con los ladinos de La Libertad. En la década de 1890, el etnólogo alemán Karl Sapper observó algunas viviendas cerca de la laguna Itzán (La Libertad), y examinó también la “casa de los dioses”, donde varios incensarios con caras sobrenaturales seguían fumando.
En los primeros años del siglo XX, el arqueólogo austriaco-alemán Teobert Maler conoció a un lacandón, quien hizo énfasis en que sus mitológicos antepasados venían del sitio de Ceibal. Una intensa emoción se estaba apoderando de los pioneros de la arqueología maya, que se sentían en presencia de los descendientes directos de los autores del prodigioso florecimiento artístico e intelectual de la época precolombina. Shakespeare hubiera dicho que “la rueda deliempo se salió de su carril”. En 1907, el arqueólogo Alfred Tozzer dedicó el primer estudio al pueblo lacandón.
En las décadas de 1930 y 1940, se llevaron a cabo importantes investigaciones en Chiapas, por los franceses Jacques y Georgette Soustelle, el danés Frans Blom y la suiza Gertrude Duby, quienes supieron ganarse la confianza de estos indígenas de habla yucateco. En 1951, Blom y Duby fundaron en San Cristóbal de Las Casas (Chiapas) la Casa Na Bolom, dedicada al estudio, la valoración y el apoyo a la cultura de los hach winik.
En las últimas décadas destacaron las investigaciones de Didier Boremanse, Robert Bruce, Jan De Vos, Jon McGee y Joel Palka. Éste trata, desde hace 15 años, de alumbrar el pasado de los lacandones, a la luz de sus trabajos arqueológicos en Petén y Chiapas. ¿Cuándo se habrá situado los comienzos de la cultura lacandona? Llegar a la respuesta resulta todavía más difícil que alcanzar los sitios sagrados hundidos en la densa jungla … El primer conquistador ibérico en oír el nombre de lacandón fue Hernán Cortés, primer gobernador de la Nueva España, quien atravesó Petén en 1525, para castigar a un teniente rebelde en Honduras. En el camino encontró a un grupo de indígenas atemorizados por las destrucciones ocasionadas por terribles guerreros. Cortés nunca vio el objeto de tantos temores. La leyenda de los lacandones se estaba formando … Ciertos relatos coloniales recuerdan cuentos de Guy de Maupassant, donde la simple sugestión despierta el más intenso miedo.
Los españoles montaron expediciones militares o misiones religiosas hacia la selva lacandona, pero con resultados moderados. La expedición organizada por Pedro de Alvarado y encabezada por Francisco Gil, en 1536, fue un rotundo fracaso: los lacandones, sencillamente, se habían marchado, anunciando cuál sería su estrategia: desaparecer para fundirse en la selva y esperar el buen momento para retomar la iniciativa. Las intenciones de los españoles no siempre fueron bélicas. Durante la Colonia, un desfile de misioneros se aventuró dentro de los territorios poco conocidos situados al norte de la Sierra Madre y al sur de Yucatán. Los caribes recibieron diversamente a los intrusos, ciertas veces con espíritu pacífico, otras a golpes y flechazos. Pero los religiosos nunca lograron evangelizar de manera duradera a los lacandones, aunque impulsaron la creación de algunos pueblos, donde trataron de reunir a los hombres de la selva bajo el control espiritual de la Iglesia.
En 1559, después de un incidente en el cual murieron dos frailes dominicos, el licenciado Pedro Ramírez de Quiñones organizó desde Guatemala una enorme expedición. Al cabo de una larga caminata, alcanzó un importante pueblo lacandón, situado en una laguna. Tras un sangriento enfrentamiento, los conquistadores entraron al pueblo, pero éste apareció vacío. Todos habían huido. En otro poblado, los lacandones emboscados mataron al maestro de campo Juan de Guzmán. El cuerpo expedicionario regresó a Guatemala con 97 prisioneros … pero todos se evadieron. Otra importante expedición, emprendida en 1695 por Jacinto Barrio Leal, regente de la Audiencia de Guatemala, logró la toma del pueblo de Sac Bahlam (Chiapas), que los invasores bautizaron “Nuestra Señora de Dolores”. Sin embargo, muchos lacandones se desvanecieron en la jungla, y los que se habían quedado en Dolores abandonaron el cristianismo luego de la salida de los frailes, en 1697.
Durante la convulsiva historia colonial, las autoridades lograron, a pesar de todo, la deportación de algunos de los insumisos hacia regiones del sur de Guatemala, donde varios lugares siguen portando el nombre de “lacandón”. Esta palabra aparece a menudo en los archivos españoles. Pero Joel Palka aclara que estos lacandones pertenecen, en realidad, en la mayoría de los casos, al grupo lacandón ch’olti, que es distinto de los lacandones modernos, observados por los etnólogos y arqueólogos. El idioma y algunos aspectos de la cultura difieren. No obstante, Palka indica que los lacandones ch’olti participaron en la “etnogénesis”, es decir la formación de la cultura lacandona moderna. Esta etnogénesis se situaría, según Palka, en el siglo XVIII.
Las tierras bajas mayas del sur ya no sufrían, entonces, grandes campañas militares, pero tras la Independencia centroamericana, en 1821, se incrementó la explotación económica de Petén, y con ello, los contactos entre ladinos y los hombres de la selva. Además, algunos hombres de Iglesia seguían preocupándose por el alma de estos indomables lacandones. En 1862 y 1865, un grupo de capuchinos de la Antigua Guatemala trató de cristianizarlos, pero en cuanto se fueron, los hach winik regresaron a sus creencias ancestrales. La historia se repite. En 1867, el presbítero Juan González, quien fue cura de Flores, escribió: “Los lacandones son indios cuya sociedad y costumbre son muy imperfectas, siendo también dados a la idolatría. Habitan las montañas y sus instintos naturales les hacen andar errantes, diseminados por familias o tribus”. Más adelante agrega el religioso que “la curiosidad de su mirada revela su inteligencia y otros datos apreciables”.
Los nativos, que tanto inquietaron a las autoridades civiles y religiosas, que tanto cautivaron a los investigadores, nunca construyeron palacios ni pirámides. Tradicionalmente, solían vivir en aldeas de humildes chozas. Siempre fueron admirables cazadores y pescadores e ingeniosos agricultores. Aunque defendían firmemente su territorio y modo de vida, practicaban un activo comercio con varias regiones. El aspecto que más ha llamado la atención del mundo exterior es la religión. Hasta la década de 1990, en Chiapas, los lacandones adoraban divinidades de origen precolombino, entre las cuales sobresalían las que estaban asociadas con la agricultura, la lluvia, los astros y el hogar. Una casa más grande que las demás servía de templo, donde se quemaba incenso de copal y se tomaba la bebida de los dioses, el balché. Pero existían lugares más sagrados. Los hach winik efectuaban peregrinaciones a lugares que podían ser naturales o arqueológicos, donde vivían las divinidades. Entre estos sitios sagrados estaba Tikal, donde los lacandones celebraban rituales.
En los últimos cuarenta años, la sociedad lacandona sufrió trastornos sin precedentes por las influencias cada vez más fuertes del mundo exterior. La televisión, en particular, tuvo más impacto que los intentos de colonización. Sin embargo, en México, el turismo ayudó a preservar algunos aspectos tradicionales de este pueblo. ¿Pero cuál fue la suerte de los “caribes” en Guatemala? En 1946, el mapa lingüístico compilado por A. Goubaud Carrera y A. Arriaga todavía mencionaba la existencia de un grupo lacandón. Palka explica que la mayoría de ellos abandonó el territorio guatemalteco entre la década de 1950 y 1960, frente a una creciente presión demográfica y económica sobre Petén. Por otra parte, los caribes habían sido objeto de repetidas vejaciones de parte de las autoridades guatemaltecas (una ilustración de las mismas la constituyó la triste exhibición de un grupo de lacandones en la Feria Nacional de 1938). Sin embargo, según Palka, algunos individuos se establecieron en Sayaxché, La Libertad, San Benito y Flores, y se mezclaron con la población ladina.
En palabras de Danilo García Orozco, alcalde de La Libertad, ya no existen lacandones en su municipio, pero se sabe de la visita de los hach winik de México. El profesor Rafael Kilkán Baños, vecino y gran conocedor de la historia y las tradiciones de La Libertad, asevera que todavía viven descendientes de los lacandones en las riberas del río San Pedro Mártir, en casas de maderas y palma, pero “aunque conservan algo de su vestuario y costumbres, han perdido mucho de su identidad, por los intercambios con las demás poblaciones de la zona”.
Habitantes de La Libertad, Las Cruces, Bethel y El Naranjo cuentan haber visto, en los últimos 30 años, a curiosos nativos de túnica blanca y pelo largo. A veces, sus relatos tienen un tono de leyenda. A la pregunta de saber si los “hombres verdaderos” siguen viviendo en el País de la Eterna Primavera, doña Mariíta reconoce que no se puede descartar esta posibilidad. Joel Palka expresa, por aparte, que “su presencia en Guatemala no me extrañaría”. Como siempre, los lacandones se esconden entre la realidad y el mito (written by Sébastien Perrot-Minnot; source Prensa Libre - Revista D, No. 161).
“La última vez que los vi fue en el 1943”, cuenta doña Mariíta. “Vivían entonces en la comunidad de Tezcoco, por El Repasto, cerca de la laguna Grande y unas ruinas. Vestían túnicas blancas y, tanto las mujeres como los hombres, tenían el pelo largo. Practicaban la pesca y la agricultura, y comerciaban con los ladinos, pero no hablaban nada de español. Eran católicos y colocaban sus imágenes santas en conchas de tortuga”. Agrega la extrovertida informante que los integrantes de la comunidad solían casarse con gente de su cultura, aunque recuerda un caso de casamiento con un ladino mexicano. Los nativos de Tezcoco eran “buenos, pero miedosos ante la visita de extraños.”
Las personas que conoció doña María hace más de 60 años eran lacandones, designados también como caribes, aunque ellos se llaman los hach winik (hombres verdaderos). Hoy, numerosos visitantes compran artesanías a estos nativos a la entrada del sitio arqueológico de Palenque (Chiapas, México). Se estima que alrededor de 500 viven todavía en las boscosas montañas de Chiapas, y casi siempre se les relaciona exclusivamente con este estado del vecino país. En realidad, la historia del pueblo lacandón se vincula tanto con México como con Guatemala. Para empezar, hasta el Tratado con México de 1882, Chiapas, formaba parte del territorio guatemalteco. Pero la toponimia revela que el hábitat de los referidos indígenas abarcaba igualmente regiones de la Guatemala de hoy, y en particular, de Petén. En el mapa aparecen, por ejemplo, la Sierra del Lacandón, la laguneta Lacandón, y la aldea Lacandón (municipio de La Libertad). El vocablo lacandón viene de Lakam Tum (“piedra grande”), antiguo pueblo situado en una isla del lago Miramar en Chiapas, pero a la vez, la palabra podría relacionarse con los monumentos de la antigüedad.
Desde el siglo XIX, el pueblo lacandón, de habla maya yucateco, no deja de fascinar a los exploradores y científicos; sólo se pueden contar aquí algunas etapas de las investigaciones, en particular, en Guatemala. En 1882, cuando viajaba por la región del río La Pasión, Edwin Rockstroh visitó algunos asentamientos dispersos. En esa época, los hach winik comerciaban con los ladinos de La Libertad. En la década de 1890, el etnólogo alemán Karl Sapper observó algunas viviendas cerca de la laguna Itzán (La Libertad), y examinó también la “casa de los dioses”, donde varios incensarios con caras sobrenaturales seguían fumando.
En los primeros años del siglo XX, el arqueólogo austriaco-alemán Teobert Maler conoció a un lacandón, quien hizo énfasis en que sus mitológicos antepasados venían del sitio de Ceibal. Una intensa emoción se estaba apoderando de los pioneros de la arqueología maya, que se sentían en presencia de los descendientes directos de los autores del prodigioso florecimiento artístico e intelectual de la época precolombina. Shakespeare hubiera dicho que “la rueda deliempo se salió de su carril”. En 1907, el arqueólogo Alfred Tozzer dedicó el primer estudio al pueblo lacandón.
En las décadas de 1930 y 1940, se llevaron a cabo importantes investigaciones en Chiapas, por los franceses Jacques y Georgette Soustelle, el danés Frans Blom y la suiza Gertrude Duby, quienes supieron ganarse la confianza de estos indígenas de habla yucateco. En 1951, Blom y Duby fundaron en San Cristóbal de Las Casas (Chiapas) la Casa Na Bolom, dedicada al estudio, la valoración y el apoyo a la cultura de los hach winik.
En las últimas décadas destacaron las investigaciones de Didier Boremanse, Robert Bruce, Jan De Vos, Jon McGee y Joel Palka. Éste trata, desde hace 15 años, de alumbrar el pasado de los lacandones, a la luz de sus trabajos arqueológicos en Petén y Chiapas. ¿Cuándo se habrá situado los comienzos de la cultura lacandona? Llegar a la respuesta resulta todavía más difícil que alcanzar los sitios sagrados hundidos en la densa jungla … El primer conquistador ibérico en oír el nombre de lacandón fue Hernán Cortés, primer gobernador de la Nueva España, quien atravesó Petén en 1525, para castigar a un teniente rebelde en Honduras. En el camino encontró a un grupo de indígenas atemorizados por las destrucciones ocasionadas por terribles guerreros. Cortés nunca vio el objeto de tantos temores. La leyenda de los lacandones se estaba formando … Ciertos relatos coloniales recuerdan cuentos de Guy de Maupassant, donde la simple sugestión despierta el más intenso miedo.
Los españoles montaron expediciones militares o misiones religiosas hacia la selva lacandona, pero con resultados moderados. La expedición organizada por Pedro de Alvarado y encabezada por Francisco Gil, en 1536, fue un rotundo fracaso: los lacandones, sencillamente, se habían marchado, anunciando cuál sería su estrategia: desaparecer para fundirse en la selva y esperar el buen momento para retomar la iniciativa. Las intenciones de los españoles no siempre fueron bélicas. Durante la Colonia, un desfile de misioneros se aventuró dentro de los territorios poco conocidos situados al norte de la Sierra Madre y al sur de Yucatán. Los caribes recibieron diversamente a los intrusos, ciertas veces con espíritu pacífico, otras a golpes y flechazos. Pero los religiosos nunca lograron evangelizar de manera duradera a los lacandones, aunque impulsaron la creación de algunos pueblos, donde trataron de reunir a los hombres de la selva bajo el control espiritual de la Iglesia.
En 1559, después de un incidente en el cual murieron dos frailes dominicos, el licenciado Pedro Ramírez de Quiñones organizó desde Guatemala una enorme expedición. Al cabo de una larga caminata, alcanzó un importante pueblo lacandón, situado en una laguna. Tras un sangriento enfrentamiento, los conquistadores entraron al pueblo, pero éste apareció vacío. Todos habían huido. En otro poblado, los lacandones emboscados mataron al maestro de campo Juan de Guzmán. El cuerpo expedicionario regresó a Guatemala con 97 prisioneros … pero todos se evadieron. Otra importante expedición, emprendida en 1695 por Jacinto Barrio Leal, regente de la Audiencia de Guatemala, logró la toma del pueblo de Sac Bahlam (Chiapas), que los invasores bautizaron “Nuestra Señora de Dolores”. Sin embargo, muchos lacandones se desvanecieron en la jungla, y los que se habían quedado en Dolores abandonaron el cristianismo luego de la salida de los frailes, en 1697.
Durante la convulsiva historia colonial, las autoridades lograron, a pesar de todo, la deportación de algunos de los insumisos hacia regiones del sur de Guatemala, donde varios lugares siguen portando el nombre de “lacandón”. Esta palabra aparece a menudo en los archivos españoles. Pero Joel Palka aclara que estos lacandones pertenecen, en realidad, en la mayoría de los casos, al grupo lacandón ch’olti, que es distinto de los lacandones modernos, observados por los etnólogos y arqueólogos. El idioma y algunos aspectos de la cultura difieren. No obstante, Palka indica que los lacandones ch’olti participaron en la “etnogénesis”, es decir la formación de la cultura lacandona moderna. Esta etnogénesis se situaría, según Palka, en el siglo XVIII.
Las tierras bajas mayas del sur ya no sufrían, entonces, grandes campañas militares, pero tras la Independencia centroamericana, en 1821, se incrementó la explotación económica de Petén, y con ello, los contactos entre ladinos y los hombres de la selva. Además, algunos hombres de Iglesia seguían preocupándose por el alma de estos indomables lacandones. En 1862 y 1865, un grupo de capuchinos de la Antigua Guatemala trató de cristianizarlos, pero en cuanto se fueron, los hach winik regresaron a sus creencias ancestrales. La historia se repite. En 1867, el presbítero Juan González, quien fue cura de Flores, escribió: “Los lacandones son indios cuya sociedad y costumbre son muy imperfectas, siendo también dados a la idolatría. Habitan las montañas y sus instintos naturales les hacen andar errantes, diseminados por familias o tribus”. Más adelante agrega el religioso que “la curiosidad de su mirada revela su inteligencia y otros datos apreciables”.
Los nativos, que tanto inquietaron a las autoridades civiles y religiosas, que tanto cautivaron a los investigadores, nunca construyeron palacios ni pirámides. Tradicionalmente, solían vivir en aldeas de humildes chozas. Siempre fueron admirables cazadores y pescadores e ingeniosos agricultores. Aunque defendían firmemente su territorio y modo de vida, practicaban un activo comercio con varias regiones. El aspecto que más ha llamado la atención del mundo exterior es la religión. Hasta la década de 1990, en Chiapas, los lacandones adoraban divinidades de origen precolombino, entre las cuales sobresalían las que estaban asociadas con la agricultura, la lluvia, los astros y el hogar. Una casa más grande que las demás servía de templo, donde se quemaba incenso de copal y se tomaba la bebida de los dioses, el balché. Pero existían lugares más sagrados. Los hach winik efectuaban peregrinaciones a lugares que podían ser naturales o arqueológicos, donde vivían las divinidades. Entre estos sitios sagrados estaba Tikal, donde los lacandones celebraban rituales.
En los últimos cuarenta años, la sociedad lacandona sufrió trastornos sin precedentes por las influencias cada vez más fuertes del mundo exterior. La televisión, en particular, tuvo más impacto que los intentos de colonización. Sin embargo, en México, el turismo ayudó a preservar algunos aspectos tradicionales de este pueblo. ¿Pero cuál fue la suerte de los “caribes” en Guatemala? En 1946, el mapa lingüístico compilado por A. Goubaud Carrera y A. Arriaga todavía mencionaba la existencia de un grupo lacandón. Palka explica que la mayoría de ellos abandonó el territorio guatemalteco entre la década de 1950 y 1960, frente a una creciente presión demográfica y económica sobre Petén. Por otra parte, los caribes habían sido objeto de repetidas vejaciones de parte de las autoridades guatemaltecas (una ilustración de las mismas la constituyó la triste exhibición de un grupo de lacandones en la Feria Nacional de 1938). Sin embargo, según Palka, algunos individuos se establecieron en Sayaxché, La Libertad, San Benito y Flores, y se mezclaron con la población ladina.
En palabras de Danilo García Orozco, alcalde de La Libertad, ya no existen lacandones en su municipio, pero se sabe de la visita de los hach winik de México. El profesor Rafael Kilkán Baños, vecino y gran conocedor de la historia y las tradiciones de La Libertad, asevera que todavía viven descendientes de los lacandones en las riberas del río San Pedro Mártir, en casas de maderas y palma, pero “aunque conservan algo de su vestuario y costumbres, han perdido mucho de su identidad, por los intercambios con las demás poblaciones de la zona”.
Habitantes de La Libertad, Las Cruces, Bethel y El Naranjo cuentan haber visto, en los últimos 30 años, a curiosos nativos de túnica blanca y pelo largo. A veces, sus relatos tienen un tono de leyenda. A la pregunta de saber si los “hombres verdaderos” siguen viviendo en el País de la Eterna Primavera, doña Mariíta reconoce que no se puede descartar esta posibilidad. Joel Palka expresa, por aparte, que “su presencia en Guatemala no me extrañaría”. Como siempre, los lacandones se esconden entre la realidad y el mito (written by Sébastien Perrot-Minnot; source Prensa Libre - Revista D, No. 161).
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